lunes, 29 de agosto de 2011

"El señor de la luz" de Maurice Renard

En una excelente traducción debida a la pluma del escritor César Aira, La Bestia Equilátera (una editorial que con sólo tres años de vida ya se destaca en el mercado por la calidad de sus publicaciones y la originalidad de los títulos) acaba de editar esta novela del francés Maurice Renard.


En esta época en que los adultos sufrimos por interesar a los adolescentes en la lectura, es bueno que aparezcan novelas como “El señor de la luz”, que bien puede interesar a los jóvenes por su agilidad y la mezcla que propone entre el policial, lo fantástico y el romanticismo.

La novela escrita en 1933 cuenta cómo un joven historiador, Charles Christiani, se enamora a primera vista de una muchacha que conoce en una excursión que realiza a la paradisíaca isla de Aix, y lo poco que tarda en descubrir que la joven, Rita Ortofieri, pertenece a una familia corsa enemistada con los Christiani desde los tiempos de Napoleón.

Obligado a viajar a castillo de Silaz, donde los caseros de la posesión familiar reclaman su presencia por la aparición de un presunto fantasma, se enfrenta a un enigma que lo lleva a descubrir un secreto preservado por los años: el de los cristales del señor de la luz, que revelará la intriga entre Christiani y Ortofieri.

El escritor Maurice Renard (1875-1938), admirador confeso de Edgar Alan Poe, apela a los mejores recursos para construir una historia apasionante, que tiene que ver con la reciente invención del cinematógrafo, la fantasía de los Hofmann y el espíritu de aventura e imaginación de Julio Verne.

En la novela, que combina también los hechos históricos con la ficción, mientras el joven Charles trata de hallar la forma de concretar el amor con su amada Rita, se suceden los misterios que envuelven en mil peripecias a los protagonistas, donde no faltan los toques de ironía y humor.

Maurice Renard nació en Châlons-sur-Marne el 28 de febrero de 1875 y murió el 18 de noviembre de 1938 en Rochefort. A los diez años se trasladó con su “familia laboriosa, ornada de virtudes ancestrales y fiel a sus prejuicios”, a una finca de Reims. Temprano descubrió a Edgar Allan Poe en la traducción de Baudelaire y su destino literario quedó sellado. Después, a Hoffmann y a los románticos alemanes (de quienes por genealogía artística procede Poe), a los narradores escandinavos, a Erckmann-Chatrian. El teatro resultó una pasión precoz. Escribe: La langosta, boutade patológica en un acto y seis alucinaciones casi simultáneamente con un homenaje a Víctor Hugo: Vox saeculi. Después, una serie de imitaciones (del japonés medieval, del siglo XVIII francés) de técnica muy avezada: forma parte del entrenamiento de ser uno mismo ensayar lo diverso. La obra de madurez da muestras de una imaginación absolutamente única y de una pasión inveterada por la literatura. De los títulos, el más famoso de todos es Las manos de Orlac (1921), que fue llevado al cine en varias oportunidades (en 1924 por Robert Wiene, con Conrad Veidt; en 1934, por Karl Freund, con Peter Lorre, entre las más famosas). El film tuvo una gran repercusión (la segunda versión es la que ve el Cónsul en Bajo el volcán de Lowry). Otros títulos: Fantômes et fantoches (1905), Le Docteur Lerne, sous-dieu (1908), Le péril bleu (1912), Monsieur d’Outremort (1913), L’Homme truqué (1921), Un homme chez les microbes (1928), Le professeur Krantz (1932). El señor de la luz es de 1933.

Precio: $76

Páginas: 352

viernes, 26 de agosto de 2011

El cuento: origen y desarrollo (87) por Roberto Brey



Chejov con Máximo Gorki
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Más opiniones sobre Chejov



Jorge Bustamante García, en un artículo publicado en La Jornada Semanal de México (27 de junio de 2004) señala como revelación de Chejov el “haber abordado al famoso hombre "superfluo" ruso del siglo XIX, con todo y su tragedia, desde una visión de fina ironía. Por haber desmenuzado la vida ordinaria de muchos de sus personajes, de aquellos seres grises, bondadosos, suficientemente inteligentes, formales y simplones que razonan siempre con una sensatez tan aburrida, que raya en el absurdo. Lo mágico de Chéjov reside, tal vez, en que descubrió la ficción de la vida ínfima, en la de los pequeños seres de todos los días. Oculto y radical espíritu innovador del relato, porque rompió sin aspavientos, ni tremendismos, con toda la tradición cuentística anterior a él, al implementar historias sin tramas de suspenso ni argumentos excitantes, sin personajes redondeados a la manera clásica, sin clímax, sin puntos culminantes ni finales sorpresivos, como suele acontecer en la vida real de las personas comunes. Pareciera que iba contra todas las reglas del cuento tradicional y, sin embargo, su estilo abrió nuevas ventanas en el arte de narrar (…)

Las resonancias de los relatos chejovianos en sus lectores son misteriosas. Por un lado pareciera que no sucede nada importante en sus historias; por el otro, al terminar de leer, las reverberaciones son tan intensas e intempestivas, que uno siempre quisiera seguir leyendo más, para saber qué pasa, pero no pasa aparentemente mayor cosa. Ocurre, sin embargo, que no podemos dejarlo de lado, por la sencilla razón de que –de alguna manera– cuenta nuestras vidas.”



“La evolución de lo imperceptible”

Cuántos escritores de América, desde el Norte hasta el Sur le deben a Chejov el haber encontrado un camino nuevo.

Para muchos, el padre del cuento moderno es Anton Chejov. Su influencia literaria marcó el desarrollo del género, acentuó esa tendencia a abarcar todos los temas (algo que los ingleses no podrían hacer hasta muchos años después), y empezó a privilegiar al clima por sobre la trama, la anécdota. Ya no era necesario el final que definiera los acontecimientos, sino el ambiente que caracterizaba mejor el momento, el carácter y el drama

Para el blogero Juan Miguel Ariño, Chejov, “introdujo un tiempo diferente en la manera de narrar -algo similar a lo que hizo Proust o Thomas Mann en el genero novelístico-, aunque sus relatos parecen teñidos de clasicismo. La arquitectura de sus narraciones se componía de elementos, en apariencia prescindibles o poco reseñables, pero de alguna manera, el ambiente que generaban eran la base de su desarrollo. Sus cuentos son tan humorísticos como tristes; los personajes oscilan entre el patetismo, la indiferencia y el anhelo de ser. Parecen aburridos, imperfectos, sumidos en estados melancólicos y depresivos, otras decididos, aun cuando se vislumbra el error en ello, ridículamente instalados en una seguridad que nos provoca jocosidad; Chejov nos permite observarlos de lejos, reconocernos en cada uno de ellos, con esa distancia suya que no es indiferencia, sino más bien curiosidad (Chejov quizá fuera la reencarnación de un gato). Los héroes de Chejov suelen mostrarnos una resignación anodina que casa muy bien con nuestra época. Tanto lo aparentemente bueno que hacen como lo malo, responde a imperceptibles transformaciones del ánimo, que les empujan a inmiscuirse discretos en el mundo que los rodea. Es curioso que un autor tan despojado de los elementos de la literatura psicológica, ahondara de tal forma en los procesos emocionales con acierto. Podía haber sido irónico, o incluso cínico, pero en sus textos los protagonistas se entreven desde una lejanía amorosa, comprensiva, supongo que esto tenía que ver con su propio carácter. Aún así, en ocasiones, el Chejov autor se entrometía en los problemas de su tiempo. Él no era un político o un revolucionario, simplemente fraguaba los elementos característicos del cuento moderno: era un escritor enorme.”



Consejos para escritores atribuidos a Anton Chejov


Cuando escribo no tengo la impresión de que mis historias sean tristes. En cualquier caso, cuando trabajo estoy siempre de buen humor. Cuanto más alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que escribo.

Dios mío, no permitas que juzgue o hable de lo que no conozco y no comprendo.

Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad: nada de lo que leo, mío o ajeno, me parece lo bastante breve.

Cuando escribo, confío plenamente en que el lector añadirá por su cuenta los elementos subjetivos que faltan al cuento.

Es más fácil escribir de Sócrates que de una señorita o de una cocinera.

Guarde el relato en un baúl un año entero y, después de ese tiempo, vuelva a leerlo. Entonces lo verá todo más claro. Escriba una novela. Escríbala durante un año entero. Después acórtela medio año y después publíquela. Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.

Te aconsejo: 1) ninguna monserga de carácter político, social, económico; 2) objetividad absoluta; 3) veracidad en la pintura de los personajes y de las cosas; 4) máxima concisión; 5) audacia y originalidad: rechaza todo lo convencional; 6) espontaneidad.

Es difícil unir las ganas de vivir con las de escribir. No dejes correr tu pluma cuando tu cabeza está cansada.

Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina, se puede engañar a la gente e incluso a Dios, pero en el arte no se puede mentir.

Nada es más fácil que describir autoridades antipáticas. Al lector le gusta, pero sólo al más insoportable, al más mediocre de los lectores. Dios te guarde de los lugares comunes. Lo mejor de todo es no describir el estado de ánimo de los personajes. Hay que tratar de que se desprenda de sus propias acciones. No publiques hasta estar seguro de que tus personajes están vivos y de que no pecas contra la realidad.

No seamos charlatanes y digamos con franqueza que en este mundo no se entiende nada. Sólo los charlatanes y los imbéciles creen comprenderlo todo.

Creo en los individuos, en unas pocas personas esparcidas por todos los rincones -sean intelectuales o campesinos-; en ellos está la fuerza, aunque sean pocos.



El cuento Iónich, se puede leer en:

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/chejov/ionich.htm

El espejo curvo, se puede leer en: http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=2893

Una noche de espanto, se puede leer en: http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=2894

¡CHIST! , se puede leer en: http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/OtrosAutoresdelaLiteraturaUniversal/Chejov/Chist.asp

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sábado, 20 de agosto de 2011

El cuento: origen y desarrollo (86) por Roberto Brey

Chejov y Tolstoi
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Chejov y el cuento

Si el escritor ruso había revolucionado el arte teatral, qué no decir de sus cuentos y el nuevo cariz que le dieron al género. Y como dice Marc Slonim, qué mayor modernismo que estos temas: “la derrota por pequeñeces y sucesos triviales, la melancolía de las fortunas deshechas, la imposibilidad de comunicación verdadera (…) la intrincada red de amor, aversión, aburrimiento y sueños que enmaraña la vida de las gentes comunes…”

El mexicano Juan R. Campusano afirmaría que Chejov vivió “en la época más difícil, más gris y triste de su Rusia querida”, y lo describe como un pintor impresionista, que en sus cuentos revela “la pobreza, la mediocridad y el dolor de los intelectuales, de los burócratas y de los hombres del campo”. El mismo Máximo Gorki (tal vez la figura más sobresaliente que continuó a Chejov) dice que podía descubrir y mostrar la mediocridad oculta en la falsa distinción de quienes lo visitaban y presumían el pensar, el hablar y hasta el vestir a lo Chejov.

Era de aspecto tímido y triste, y dice Campusano que nunca reía, pero que sin embargo era un humorista formidable, aunque su crítica era “ligera, suave, noble casi. Se puede observar que en su obra no hay pasión carnal porque el artista era un delicado pintor de sentimientos, la pasión no fue su fuerte nunca; no la sufrió jamás y quizá por eso en su obra nunca la pudo, o no la quiso reflejar”.

Coincide en el juicio crítico su coterránea Hortensia Puyol: “Sus personajes son objeto del capricho de la vida diaria: no experimentan pasiones impetuosas, conmociones extraordinarias; y sin embargo son justamente reales… Su obra, que es una crítica de la vida, no es tendenciosa: es simplemente sutil.”



Después de aquellos personajes arrancados de sus viajes por el campo en atención a sus enfermos, las descripciones de Chejov comenzaron a ser menos humorísticas y más líricas. De la primera época se pude destacar “Historia ruin” (1882), “La corista” (1884), “La bruja” (1886), “El cazador” (1886). Por entonces sus cuentos eran escritos con suma rapidez. A los 26 años le dice a un amigo en una carta: “Me acostumbré a mirar mis trabajos con indulgencia y a escribir de manera trivial. (…) es que soy médico y siento una gran pasión por la medicina de modo que el proverbio sobre las dos liebres (“El que sigue dos liebres, tal vez cace una, y muchas veces, ninguna”) nunca quitó tanto el sueño a nadie como a mí. Le escribo todo esto sólo para justificar un poco ante usted mi gran pecado. Hasta ahora he mantenido, respecto a mi labor literaria, una actitud superficial, negligente y gratuita. No recuerdo ni un solo cuento mío en el que haya trabajado más de un día. He escrito mis cuentos como los reporteros que informan de un incendio, mecánicamente, medio inconsciente, sin preocuparme para nada del lector ni de mí mismo…”, tal vez por eso publica su libro con el seudónimo Antosha Chejonté, al no estar del todo conforme con su trabajo. Qué diferencia cuando años después aconseja: “Guarde el relato en un baúl un año entero y, después de ese tiempo, vuelva a leerlo. Entonces lo verá todo más claro. Escriba una novela. Escríbala durante un año entero. Después acórtela medio año y después publíquela. Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.”

De aquella primera época es la novela “Extraña confesión” (Un drama de cacería, que apareció en Rusia en forma de folletín entre 1884-1885), y que según el escritor argentino Manuel Peyrou constituiría una especie de precursor del policial psicológico, “una de las formas más evolucionadas de esta clase de ficción”, afirma.

Después vendrán otros, como “El pabellón Nº 6” de 1892, “Campesinos” de 1897, el famosísimo “La dama del perrito” publicado en 1899, que surgió, para algunos, como el opuesto de Anna Karénina de Tolstoi. Chejov mismo habría dicho: "no deseo mostrar una convención social, sino mostrar a unos seres humanos que aman, lloran, piensan y ríen. No podía censurarlos por un acto de amor." Este último cuento daría lugar a versiones cinematográficas, una de ellas, la más fiel, del ruso Josif Heifitz. Otra, “Ojos negros”, la hermosa película del director ruso Nikita Mijalkov, protagonizada por Marcelo Mastroiani.

A poco de estrenarse la película “La dama del perrito” (1959), de Josif Heifitz., el director de cine y teatro sueco Ingmar Bergman, que iba a dirigir “La gaviota” en el Teatro dramático, hizo que toda la compañía fuese a verla. En un antiguo reportaje, Bergman opinaba así de la película y de Chejov: “Durante los ensayos se habló bastante de la sensualidad de Chejov. No me refiero, por supuesto, a sensibilidad erótica de ninguna especie, sino a la sensualidad que abarca y afecta todos los sentidos. En La dama del perrito, precisamente, uno experimenta el olor, y la luz, y el calor, y el frío y la sugestión de los roces entre los personajes y hasta el peculiar aroma de una habitación... En realidad, no hay nada que falte en esta película. Uno vive con todos los sentidos. Chejov ha inspirado tanto al director que éste, a su vez, ha llegado a recrear toda la atmósfera del original. Podemos convenir, por ejemplo, en que pocas películas habrá que sugieran la idea del color con tanta intensidad como ésta, a pesar de estar realizada en blanco y negro. Uno siente en color. Acuérdese del principio: los días cálidos llenos de sol y de viento, la pereza, el aburrimiento, la sorda y latente presión del otoño colgando todavía en el aire...”



El beso, se puede leer en:

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/chejov/beso.htm

La dama del perrito, se puede leer en:

http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/rus/chejov/senyora.htm

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sábado, 13 de agosto de 2011

El cuento: origen y desarrollo (85) por Roberto Brey

Chejov en 1901, a los 41 años.
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Chejov y el Teatro


En 1887 a causa de una debilitación de su salud (primeros síntomas de la tuberculosis que acabaría con su vida) Chéjov viajó hasta Ucrania. A su regreso se estrenó su obra “La Gaviota”, un éxito que interpretó la compañía del Teatro de Arte de Moscú, tras una primera presentación desastrosa en el teatro Alexandrinski de San Petersburgo un año antes.

Allí Chejov empezaría a ser reconocido, no sólo como escritor sino como un dramaturgo excepcional. Porque su escritura diferente iba a necesitar una nueva forma de vivir y representar el teatro, ésa que por entonces alumbraba con Stanislawski.

A los veinte años escribió su primera pieza, sin nombre ni trascendencia y luego siguió con alguna adaptación de sus cuentos y con una serie de piezas cómicas en un acto, como el monólogo “Sobre los perjuicios del tabaco” (1886), y entre 1888 y 1892 comedias como “El oso”, “El pedido de mano”, “La boda” y “El jubileo”. Pero la obra que iba a marcar el sendero y mostraría la originalidad de su escritura fue “Ivanov”, con uno de sus clásicos personajes (“pusilánimes e infelices”, como diría Marc Slonim). Iván Ivánovich Ivánov, un nombre común en Rusia, que pone el énfasis en su mediocridad y futilidad, y lo convierte en un fiel retrato de sus contemporáneos. Es el crítico Marc Slonim quien resalta que allí “Chejov utilizó varios recursos modernos, como intervalos, pausas y detalles significativos en vez de las descripciones naturalistas, un tono lírico en la conversación, una estructura no racional del diálogo y situaciones presentadas como revelaciones psicológicas”. La obra tuvo cierto éxito en las representaciones tradicionales, claro que hasta la aparición del Teatro de Arte de Moscú, en 1904, no se tuvo la real dimensión de su valor.

“La gaviota” (1896), “Tío Vania” (1899), “Las tres hermanas” (1901) y “El jardín de los cerezos” (1904), todas en cuatro actos, serían la culminación de su producción teatral.

Pero cuando en 1896 se presenta “La gaviota” en el teatro Alexandrinski de San Petersburgo, su fracaso hizo que Chejov, no sólo huyera del teatro, sino que se recluyera: “Jamás volveré a escribir piezas o tratar de representarlas, ni aunque llegare a vivir setecientos años”, le escribiría al director Nemirovich Danchenko. Justamente él fue quien convenció a Stanislavski de que sería la obra más apropiada para ese nuevo emprendimiento artístico que habían creado, basado en la naturalidad del actor para expresar de manera adecuada las tribulaciones y los sentimientos, propios de los personajes de Chéjov.

Solamente la amplitud mental y el genio creador de esos tres revolucionarios del teatro permitieron que las cuatro obras mencionadas se abrieran un camino que hasta hoy representa una de las cumbres del teatro universal. El actor que expresa los sentimientos de los personajes a través de sus propias vivencias, la preocupación por la escenografía y el ensayo, la naturalidad interpretativa, la búsqueda del detalle. Stanislavki recuerda una crítica de Chejov como la lección que él mismo trataba de darle a sus actores: “Sí, magnífica interpretación –diría el escritor-, pero le faltan agujeros en los zapatos y pantalones a cuadros”.

La presentación de las obras, una tras otra, fueron un éxito descomunal. En 1901 Chejov contrajo matrimonio con Olga Leonárdovna Knipper, una actriz que había actuado en sus obras, y a la que pudo ver actuar (ya que el no se podía trasladar a Moscú) cuando la compañía realizó una gira por Yalta, para que él pudiera ver su creación.

A su muerte, la más popular de sus obras era “El jardín de los cerezos”, el drama que, como ninguno, representaba las expectativas e inquietudes en momentos en que fermentaba aquella revolución fallida de 1905.

La obra de teatro la gaviota, puede leerse en: http://www.sprensalibre.com.ar/index.php?id=3876


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viernes, 5 de agosto de 2011

El cuento: origen y desarrollo (84) por Roberto Brey

Chejov a los 33 años.
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Antón Pávlovich Chéjov (1860-1904)

A diferencia de los otros dos de la tríada (Dostoievski y Tolstoi), Chejov no tuvo una participación social activa. Su carácter reservado, su enfermedad, su muerte muy joven (a los 44 años), tal vez influyeron en su actividad, que siempre fue discreta. Emparentado con Dostoievski por la penetración psicológica, su escritura se diferencia porque no tiene afanes didácticos o moralizantes, describe a sus personajes tal como los ve, y prevalece en sus cuentos (cerca de 250, aunque algunos afirman que fueron muchos más), el ambiente, el gesto, por sobre la trama, el conflicto. Y tal vez ésa haya sido la causa de su hondo arraigo (tanto en el cuento como en el teatro), en el público lector como en el espectador. Algunos críticos lo emparentan con Turguenev o Mauppassant, a los cuales admiraba, pero fue un reconocido continuador del primero, sus cuentos significaron una bisagra para la literatura. Sólo hay una forma de escribir después de Chejov, contaba Borges que decían los escritores que leyeron las primeras traducciones: “imitarlo o dejar de escribir; escribir de una manera distinta de la de Chejov les parecía injustificable”. Sus herederos son incontables en el mundo: desde Faulkner y Hemingway, hasta Pavese, Joyce o Raimond Carver.

A pesar de su alejamiento de la vida política (decía en una carta: “No soy liberal ni conservador ni gradualista ni anacoreta ni indiferentista”), no estaba para nada alejado de la vida social, como cuando opina sobre lo popular en el arte: “Todos nosotros somos pueblo y lo mejor de cuanto hacemos, pertenece al pueblo”; o cuando se planta frente a la Academia de Letras, en 1902, porque ésta no deja ingresar a Gorki por su reconocida actividad revolucionaria.

Su virtud en ese aspecto fue haber podido relatar en forma magnífica una de las épocas más trágicas de la vida de Rusia, el período prerrevolucionario desde fines de siglo XIX, hasta principios del siguiente, cuando el hambre, la tristeza y la sensación de fracaso lo invadían todo.

Sus personajes, minúsculos, mediocres, sin futuro, fueron incansablemente representados en todos los escenarios del mundo, dejando para los espectadores el análisis de esos estados de ánimo, de la fuerza de los sentimientos que aquellos no podían sacar a la luz.

Chéjov había nacido en Taganrog, el puerto principal del Mar de Azov. Era hijo de un tendero y nieto de un siervo que compró su libertad, y el tercero de seis hermanos. Su padre, Pavel Yegorovich Chéjov, director del coro de la parroquia y devoto cristiano ortodoxo, les impartió a sus hijos una disciplina estricta y muy religiosa, que a veces adquiría rasgos despóticos. La madre, Yevgeniya, era una gran cuenta cuentos, y entretenía a sus hijos con historias de sus viajes.

El padre de Chéjov empezó a tener serias dificultades económicas, su negocio quebró y se vio forzado a escapar a Moscú para evitar que lo encarcelaran. Al finalizar sus estudios de bachillerato, en 1879, Antón se reunió con su familia a la que encontró sumida en la miseria y su padre exigía a sus hijos que la sostuvieran. Allí, el joven Chejov comenzó a estudiar Medicina en la Universidad de Moscú, y al mismo tiempo escribía relatos humorísticos bajo el pseudónimo de “Antosha Chejonté” para ayudar a la familia. No obtenía demasiado dinero, pero ganó con rapidez fama de buen cronista de la vida rusa.

Al recibirse de médico, en 1884, siguió escribiendo para diferentes semanarios. (“La medicina es mi esposa, la literatura solo mi amante”, diría alguna vez, pero la precariedad de su salud lo afectaría en el ejercicio de la profesión).

En 1885 comenzó a colaborar con la Peterbúrgskaya gazeta con artículos más elaborados que los que había redactado hasta entonces. En diciembre de ese mismo año fue invitado a colaborar en uno de los periódicos más respetados de San Petersburgo, el Nóvoye vremia. En 1886 se empiezan a advertir cambios en su estilo, ya que el humor directo dejó paso a una visión más descarnada. Ya Chéjov se había convertido en un escritor de renombre. Ese mismo año publicó su primer libro de relatos, “Cuentos de Melpómene”; al año siguiente ganó el Premio Pushkin gracias a la colección de relatos cortos “Al Anochecer”.

Muerte

Chéjov pasó gran parte de sus 44 años gravemente enfermo a causa de la tuberculosis que contrajo de sus pacientes a finales de 1880. La enfermedad lo obligó a pasar largas temporadas en Niza (Francia) y posteriormente en Yalta (Crimea), ya que el clima templado de estas zonas era preferible a los crueles inviernos rusos.

En mayo de 1904 ya se encontraba gravemente enfermo, por lo que el 3 de junio se trasladó junto con su mujer Olga al spa alemán de Badenweiler, en la Selva Negra. Desde allí escribió cartas a su hermana Masha, en las que se podía apreciar que Chéjov estaba animado. En su última carta, se quejaba del modo de vestir de las mujeres alemanas. Fallece el 4 de julio.

Su cuerpo fue trasladado a Moscú en un vagón de tren refrigerado que se usaba para transportar ostras, hecho que molestó a su amigo Máximo Gorki.

Como si fuera una de las humoradas de alguno de sus cuentos, la multitud que aguardaba sus restos se sumó por error a quienes esperaban el cadáver del general Keller, que había fallecido en combate en Manchuria y que llegaba también en tren en esos momentos. Mientras los admiradores de Chejov se asombraban de que fuera enterrado al son de una marcha militar, sin saber que en realidad el enterrado era el militar, una reducida comitiva, compuesta principalmente por oficiales y camaradas delo general seguía los verdaderos restos de Chejov creyendo que eran del general.

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