martes, 19 de junio de 2012

Anton Chejov: “Cuaderno de notas”,


La editorial La Compañía publicó hace un par de años “Cuaderno de notas”, del escritor ruso Anton Chéjov. No se trata de algunos de sus magistrales cuentos, tampoco de alguna de sus admirables obras de teatro. No, es una recopilación de los cuadernos de notas que el creador llevó hasta su muerte en 1904.
No son cuentos breves, ni  reflexiones sesudas sobre la vida y los lugares que visitaba. Sólo se trata de su visión sobre las personas, las cosas y los lugares que visitaba. Detrás de ellas se descubren argumentos, observaciones, que tomarán vida seguramente en algunos de sus personajes. Para los conocedores de su obra será un placer descubrir sus antecedentes, o los pequeños incidentes que lograron hacerle crear esos momentos sutiles y efímeros de los que todo lector disfruta en sus páginas. Él, en esas líneas, casi siempre breves, descubre el alma de su pueblo, sus costumbres, su pensamiento, su manera de ser… Habla de sus hijos, de los escritores que frecuentaba, de los que admiraba. Y el lector termina apasionándose por esas observaciones aparentemente sueltas como si fuera una novela de la que no es posible desprenderse hasta llegar al final.

La escritora Vlady Kociancich realiza una introducción, que es en realidad una admirable confesión de amor eterno. Define al estilo chejoviano como: “un humanismo sin ilusiones pero piadosamente humano, con individuos en trance de perderse no por grandes ideas ni grandes decisiones, sino por esas cosas de la vida. Su estilo, breve, rápido, libre, es la ambición vigente.”

Otro escritor prestigioso, Leopoldo Brizuela, tradujo los cuadernos y escribió el posfacio, donde relata algunas alternativas de estos textos desconocidos en nuestro país, y explica: “El lector encontrará a Chejov mucho  menos en los deliciosos hechos narrados que en la mirada, que supo entender su importancia más allá de la nimiedad aparente…”
Porque la vida es así, como la mira y la describe  Chejov, sin luces, apagada, con seres que se ven presos de situaciones que los superan y que no saben cómo resolver. Pero hombres y mujeres descriptos con infinita piedad, con cariño y con humor sutil, en sus deseos de obtener lo que no pueden, esa felicidad que se les escapa de las manos…

Una última muestra de ese estilo queda impreso  en el cuaderno:
“Un joven tímido, que ha llegado de visita, se queda a pasar la noche; de pronto una vieja de 80 años entra con un tubo para hacer enemas y le administra una; él, diciéndose que ha de ser la costumbre de la casa, aguanta sin protestar; al otro día se da cuenta de que la vieja se equivocó”.

Antón Chejov nació en 1860 y murió en 1904, a la tempranísima edad de 44 años, víctima de la tuberculosis. La última humorada de la vida fue ya en su muerte, cuando el ataúd con sus restos llegó a la estación donde lo aguardaban sus admiradores, en un vagón frigorífico que habitualmente transportaba ostras. La multitud que lo aguardaba se fue por error tras el cadáver de un general fallecido en combate y que llegaba en esos momentos. Mientras los admiradores de Chejov se asombraban de que fuera enterrado al son de una marcha militar, sin saber que el enterrado era el militar, una reducida comitiva, compuesta por oficiales y camaradas del general seguía los verdaderos restos de Chejov creyendo que eran del general.
Chejov escribió cuentos como La estepa, La cigarra, la famosa: La dama del perrito; y obras como La Gaviota, Tío Vania, Tres hermanas, El jardín de los cerezos. Sus escritos inspiraron decenas de películas y sus obras se siguen interpretando en todos los teatros del mundo.

Editorial La Compañía
186 pág. $65.

R.B.

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