lunes, 19 de noviembre de 2012

El cuento: origen y desarrollo (144) por Roberto Brey


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Particularidades del carácter japonés (II)

En su artículo “El incomprensible carácter japonés”, el estudioso Federico Lanzaco Salafranca (profesor en universidades de España y Japón, condecorado por el gobierno japonés), al referirse a la catástrofe de 2011 vivida en Japón, explica:

“… nos deja sin palabras la actitud serena, controlada y disciplinada de la población japonesa. No hay pillajes, saqueos, llantos histéricos… Las cámaras televisivas nos muestran rostros cabizbajos, silenciosos y disciplinados en colas ante gasolineras y supermercados.Nuestra pregunta es inevitable. ¿Es que los japoneses son insensibles, apáticos? ¿Es que no tienen sangre en sus venas? No, en absoluto. Sienten y padecen la tragedia exactamente igual que nosotros. Pero no la expresan en su comportamiento exterior. No gritan ni lloran apenas, aunque sí sienten su corazón desgarrado. Tampoco usan tacos ni lenguaje soez. ¿Cómo se explica, pues, esta reacción silenciosa y controlada? Desde luego, podemos imaginarnos cuál sería nuestra reacción mediterránea o la de otros pueblos si hubiéramos sido nosotros las víctimas de tal múltiple desastre. La razón explicativa es profunda pero sencilla. Los japoneses tienen una cultura propia muy distinta y de raigambre milenaria.Varios son los componentes de esta distintiva cultura. Ante todo, los habitantes del País del Sol Naciente viven desde siempre ante terribles desastres naturales: tifones, volcanes, terremotos, tsunamis… El emplazamiento geográfico del archipiélago en el temible “arco de fuego” del Pacífico y la confluencia de vientos cálidos y húmedos procedentes del Océano Índico determinan repetida y periódicamente la aparición devastadora de estos fenómenos. Por ello, el japonés, ante esta potencia indomable de la Naturaleza, se siente totalmente impotente, y “la acepta con bella resignación” (kirei ni akiramete), según expresión del renombrado pensador Watsuji Tetsuro († 1960).Y, según nos explica el mismo Watsuji, en su magistral obra “Fudo” (”El Hombre y su Ambiente”), el europeo se caracteriza por su confianza en el hombre ante una Naturaleza dócil y fértil, como habitante de la pradera. El pueblo israelí-árabe, hijo del desierto improductivo y tórrido, eleva sus ojos al cielo y deposita su confianza en un Dios personal y trascendente. En cambio, el japonés, que vive en la zona monzónica ni confía en el poder dominador del hombre, ni tampoco cree en un Dios absoluto. Se limita, sencillamente, a seguir el curso indomable de la Naturaleza. Y se identifica con ella. Se alegra con su cara “bella” (paisaje de flores, del Monte Fuji), y se entristece ante su cara “fea” (desastres naturales).Así, el japonés acepta pacientemente los cambios de ritmo de la Naturaleza simbolizados en las bellas pero efímeras flores de cerezo. Resignación, en definitiva, que emerge serena después de la explosión violenta de la tormenta que permite al poblador del archipiélago de Japón vivir con tranquilidad y paz de espíritu aun después de la tragedia. Su carácter nacional se distingue, pues, por “una pasión sosegada” (shimeyaka na gekijo).Pero, además hay otro factor importante en el carácter japonés, fruto de su historia. La ética confucionista ha moldeado su comportamiento durante siglos, especialmente desde el año 1600 con la unificación del país después de siglos de luchas entre clanes militares que asolaron y dividieron Japón. El régimen dictatorial de los Tokugawa potenció las profundas raíces ancestrales de un pueblo disciplinado que con su vida austera se comportaba siempre con fidelidad a la autoridad, dedicación al trabajo y gran cortesía en sus relaciones sociales que exigían nunca expresar las emociones personales. El rostro debía siempre mostrar una amable sonrisa, con independencia de los sentimientos individuales.Los japoneses sí lloran, pero en su soledad. Nunca ante los demás. Por respeto y buena educación. Tampoco hay duda de que el budismo ha contribuido asimismo a esta falta de expresión personal ante la tragedia. Vivir es sufrir, aunque tengamos experiencias agradables. Y el hombre no debe apetecer, ambicionar, codiciar. Debe vaciar su yo-egoísta para abrirse al Todo del Universo, ayudando siempre a los demás.En definitiva, y resumiendo, a pesar de todos los cambios que está experimentando la sociedad japonesa actual, sobre todo en las jóvenes generaciones, es indudable que estos elementos de Antropología Cultural, Confucionismo y Budismo forman parte de los “arquetipos” ancestrales que subyacen en el inconsciente del pueblo japonés y le inducen a comportarse hoy de una manera muy distinta a la nuestra.”

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