viernes, 23 de noviembre de 2012

El cuento: origen y desarrollo (145) por Roberto Brey


145
Nihon Ryōiki
Los espectros, los fantasmas y las almas que vuelven

La catedrática española Cora Requena Hidalgo en su artículo “Seres fantásticos japoneses”, cita un texto del japonólogo greco-irlandés Lafcadio Hearn:
“Sin el conocimiento de las fábulas populares y de las supersticiones del lejano Oriente, la comprensión de sus novelas, de sus comedias y de sus poesías continuará siendo imposible” (Hearn, El romance de la Vía Láctea: 56).
La cita remata la idea de que sería imposible entender la actualidad de Oriente sin conocer antes su tradición viva. Por eso en su artículo, la profesora trata de aproximarse a esas historias sobre monstruos y fantasmas que habitan los relatos japoneses.

Dice Requena Hidalgo:
“En Japón, y en general en todo extremo Oriente, la presencia de seres fantásticos posee una carga de realidad que no es frecuente en los relatos occidentales. Con esto no se quiere decir que en los países asiáticos la realidad fenoménica esté poblada de dragones ni que seres monstruosos deambulen libremente por sus calles, sino que, más allá de las leyendas y de las creencias populares regionales, los seres fantásticos orientales trasmiten la idea original que les dio vida y, por tanto, su presencia sigue siendo válida en una sociedad que los necesita para contemplarse y analizarse”.

Por ello “lo fantástico” aparece con naturalidad y no como un género determinado, algo difícil de comprender fuera de Oriente.
Como se ha visto, lo fantástico está presente ya en los primeros relatos escritos donde las historias populares se mezclan con los mitos. Allí prevalece la fusión entre el sintoísmo y las tradiciones chinas, y por ello se descubren antecedentes o versiones similares en diferentes culturas de Asia, que son retomadas, adaptadas y trasladadas a todos los géneros, hasta el día de hoy, donde prevalece el terror japonés a través del cine, la TV e Internet.

Requena Hidalgo distingue, en la antigua narrativa breve, diversos estilos hasta el siglo VII:
Los mukashibanashi, que provienen de relatos orales del pasado e incluyen cuentos sobre la vida humana, los animales y los cuentos de humor.
Los otogibanashi son cuentos que solía narrarlos un otogi a su señor durante las campañas militares, para espantar a los demonios que podían aparecer en la oscuridad. (Hoy se consideran cuentos para niños).
Los setsuwa donde se intenta explicar los conceptos del bien y del mal y enseñar la doctrina budista.
Los minwa de tradición folclórica.
Los dōwa son los cuentos de origen extranjero, principalmente chino.
Cada uno de estos subgéneros: “da origen a distintos tipos de personajes y de situaciones maravillosas que responden a necesidades diversas: espantar espíritus, enseñar la religión, entretener, cuestionar la realidad, recoger historias extraordinarias extranjeras, etcétera. De esta manera se prepara el camino para que, un siglo más tarde, aparezca el primer libro de historias sobrenaturales, de fantasmas y espectros en Japón, Nihon Ryōiki”, dice Hidalgo.

En el siglo XII aparece Uji shūi monogatari de Minamoto Takakuni, que hasta hoy, para Hidalgo, continúa siendo una de las más admiradas colecciones de leyendas.
Explica luego que el paso del período Heian (794-1185) al guerrero Kamakura-Muromachi (1185-1568), “significó un cambio profundo en la concepción del mundo japonés que se expresó por medio de un arte cuyos temas centrales fueron la guerra (el samurai) y la religión (el monje budista). El cambio provocó un reemplazo parcial de algunos ideales estéticos cortesanos como miyabi (elegancia), mono no aware (apreciación profunda, delicada y melancólica de la belleza efímera de la naturaleza) o mujō (filosofía budista de lo efímero; fugacidad, impermanencia y mutabilidad), por valores estético-morales como wabi (rusticidad austera, goce profundo en la pobreza; el camino de la belleza imperfecta que conduce a la belleza infinita), sabi (soledad, tranquilidad) o yūgen (misterio, oscuridad, profundidad, ambigüedad, mutabilidad; promesa de un mundo mejor). Estos últimos valores fueron introducidos en Japón por la nueva corriente del budismo (zen) que llegó de China y que convivió en armonía con el budismo de Amida, que enseñaba el camino de la salvación búdica. Ambos tipos de budismo se establecieron rápidamente en la sociedad japonesa y, hasta cierto punto, desplazaron las creencias mágico-curativas que predicaban el budismo tántrico y el sintoismo autóctono. Disminuye así el poder divino de la casa imperial, cuyo origen se remonta al mito, mientras que se exalta la austeridad de las clases militar y sacerdotal”.

Predominan por entonces las historias de guerreros y las reflexiones de monjes que han abandonado el mundo comunitario, como Hōjōki (Un relato desde mi choza, 1212) de Kamo no Chōmei y Tsurezuregusa (Ocurrencias de un ocioso, 1330-1335) de Yoshida Kenkō. Con una temática plagada de hechos fabulosos y de personajes heroicos que se enfrentan a seres sobrenaturales; y de monjes que liberan del sufrimientos a criaturas en pena que deambulan por el mundo de los vivos.
En el siglo XVII, producto de la emergencia de una nueva clase social, los chōnin o comerciantes, se produce un nuevo cambio de valores, con el avance del individualismo y una concepción menos fatalista y más festiva de la vida. Durante esta época (Edo) renace el interés por las historias de fantasmas y apariciones.
Hacia mediados del siglo XVII apareció un popular juego llamado hyaku monogatari kadankai (cien historias de fantasmas) –cuenta Hidalgo- donde se encendían cien velas y cada participante por cada historia de fantasmas que contaba, apagaba una. Hasta que con la extinción de la última vela, en la oscuridad, se invocaba la presencia de un fantasma o suceso maravilloso. Se creía que entre las 2 y las 3 de la mañana era el mejor momento para que los espíritus atravesaran la barrera del mundo real. Este juego dio origen a una multitud de publicaciones que llevaron el nombre de Hyaku monogatari (Los cien cuentos), iniciadas hacia 1659.


1 comentario:

Robertokles dijo...

Dos apuntes:
Cora Requena no es española, sino chilena. Tiene, eso sí, la doble nacionalidad.
Tampoco es catedrática, sino profesora titular.